Con una receta celosamente guardada por los reposteros de la región, el mollete de Santa Clara cumple cerca de dos siglos siendo uno de los dulces insignies del mes patrio y fiel acompañante del chile en nogada.
Desde 1821, el mollete poblano o de Santa Clara, ha sido fuente de sustento para las familias dedicadas a los dulces y se vende hasta el Día del Padre, el 21 de junio en México, hasta el Día de la Independencia, el 16 de septiembre, en una tradición que ha trascendido de generación en generación. Según una de las versiones más conocidas, la tradición inicio cuando las monjas agustinas del convento de Santa Mónica de Puebla querían preparar un menú exquisito para deleitar a Agustín de Iturbide, uno de los propulsores de la independencia de México hace casi dos siglos. Iturbide pasó por Puebla, para hacer una pausa en su recorrido hacia el hoy central Estado de México, por lo que le prepararon el chile en nogada -otro manjar muy típico de estás fechas- y ofrecieron este postre para deleitarlo.
La preparación es compleja porqué son muchos los ingredientes que se utilizan tales como el azúcar, la canela, el coco o la vainilla. Entre muchos más que se desconocen con exactitud, porque cada receta es ligeramente diferente, y le dan el toque tan especial al manjar.
Su preparación se tarda de dos a tres días, debido a que todo está preparado de manera artesanal para mantener el sabor de siempre.
Marylu Hernández Medel, representante de la dulcería Casa Don Juan, compartió que su bisabuelo inició con está tradición de elaboración desde 1924, cuando asistía a las monjas del convento de Santa Clara en la preparación de diversos dulces típicos poblanos.
«Fue desde 1924, que mi bisabuelo se dedica a todo esto, ya que auxilió a las monjitas del Convento de Santa Clara a elaborar sus postres», contó la comerciante.
Fue en ese momento que su antepasado aprendió a «elaborar las recetas directas y después lo adoptó para nuestra familia» por lo que «no se ha cambiado ningún ingrediente desde entonces, aseguró.
Todo tiene que ser estrictamente preparado en cazos de cobre, para que mantenga el calor necesario y las propiedades de los sabores de cada uno de los ingredientes, dándole un toque especial.
Asimismo para la mezcla para la crema pastelera, tiene que mantenerse en el fuego durante 40 minutos sin dejar de moverse, al igual que el jamoncillo, que es una pasta suave, tersa y azucarada propia de la región.
Posteriormente, se pasa al área de enfriado dónde con movimientos firmes y rápidos se tiene que enfriar el jamoncillo, debido a que se tiene que se tiene que lograr una consistencia pesada pero manjebale.
Para el proceso final se parte el pan, por la mitad para rellenarlo de crema pastelera complementada con coco rallado, se tapa y posteriormente se recubre de jamoncillo.
En este proceso, se añade también algún ingrediente extra que los reposteros se reservan a contar y permiten darle su distintivo sabor y mantener la tradición a buen resguardo.
Texto: EFE