La premisa: una pareja cumple siete años de casados. Él le hace un regalo físico y ella le pide un tiempo; un tiempo que trae muchas dudas. Sin embargo, él se aferra a conservar su amor, por lo que escribe y guarda en siete sobres los mejores momentos de su matrimonio según él, para recrearlos y así revivir el amor que se tenían.

Este musical nos hace reflexionar sobre el amor, logra que entendamos un poco más de él y ¿por qué no?, hasta nos hace recordar la última vez que se nos olvidó nuestro propio nombre con un solo beso. En esta obra majestuosa, podemos ver el amor hecho persona lo cual me encanta. Además, la obra recalca que, aunque esta es la historia de él y ella, también puede ser de ellos, ellas o bien elles, pues nos muestra este sentimiento desde diferentes perspectivas. También nos recuerda cómo lo buscamos hoy en día, mediante una metáfora tinderesca, pues la búsqueda del amor también se ha modernizado y que si bien un orgasmo no nos cambia la vida, sí podría cambiar la forma en que la vemos. ¿Podría ser con cualquier persona? ¿O solo con aquella que es especial?

El teatro es para vivir y recibir estos mensajes del universo, es arte, y lo que logra Alan Estrada como director es mágico. No hay que ser un experto en producción para darse cuenta de que la iluminación es perfecta y el audio tan inmersivo que, incluso, nos transporta a la playa en un momento de la obra. La escenografía es espectacularmente creativa; la acción sucede en un espacio que aparenta ser un estudio de grabación y todo lo que utilizan son artículos que encuentras en uno. Es espectacular cómo logran recrear hasta el más mínimo detalle.

Las actuaciones de Gustavo Egelhaaf y Fernanda Castillo hablan por sí solas. Yo he sido fan de Gustavo desde que hacía micro teatro y sabía lo lejos que llegaría, pero estoy seguro de que ninguno de los dos ha tocado aún la cúspide de sus carreras, ya que lo mejor siempre está por venir. Cesar Enríquez fue un gran descubrimiento para mí; no lo conocía, pero ¡qué papel tiene! Ser Lamore le queda como anillo al dedo. Por su parte, el coro es divino cada uno de sus integrantes, pero también cuando se ensamblan. Cuando cantan al unísono, el teatro vibra de una manera diferente: hay mucho amor y mucha intención detrás de esas voces maravillosas. ¡Aplausos de pie para todos!

Ojalá todos los involucrados en la producción estén conscientes de lo lejos que pueden llegar con esta solemne obra de arte que, seguramente, llenará muchas temporadas. A Janette, Alan, Vince y Salvador, como se acostumbra en el mundo del teatro, les deseo mucha mierda siempre. Estoy seguro de que esta obra está lista para viajar a teatros más grandes, a diferentes continentes y diferentes idiomas.

Vayan a Ciudad de México lo más pronto posible, porque esta obra solo estará ocho semanas en la cartelera del teatro Ramíro Jiménez. Te prometo que vas a llorar, así que lleva tus pañuelos porque los vas a necesitar, pero saldrás de alguna forma extrañamente feliz.