Tenaz, cálida en las distancias cortas y muy directa. Así es como definen sus allegados a Merkel, la primera mujer en convertirse en presidenta de Alemania y protagonista cada día de cientos de titulares políticos y económicos.
Merkel nació en Hamburgo hace 57 años. Hija de un pastor luterano, que falleció este mismo año, y de una profesora de latín e inglés, se casó con 23 años con el físico Ilrich Merkel, del que aún conserva su apellido a pesar de que el matrimonio durase solo cinco años.
Se doctoró en química cuántica en 1986 bajo la tutela del profesor Joachim Sauer, del que se enamoraría y volvería a casarse por segunda vez en 1998, dos años antes de comenzar su fulgurante ascenso dentro del partido Unión Demócrata Cristiana de Alemania. Curiosamente, después de que un cardenal se quejase al diario Bild de que una ministra del CDU convivía fuera del matrimonio.
Su segundo marido, apodado el fantasma de la ópera por su ausencia en todo acto oficial excepto si se trata de una representación de Verdi o Wagner, es la única persona con la que Merkel, como ella misma indicó en una ocasión a la prensa, obtiene equilibrio personal y profesional.
Merkel huye siempre de esa ostentación que exhiben otros mandatarios como Berlusconi o Sarkozy. La canciller alemana prefiere cambiar Saint Tropez, destino por antonomasia de la jet set, por la isla de La Gomera, donde ha viajado en tres ocasiones con su marido. Siempre y cuando no se retire a su residencia campestre de Uckermark, un pueblo rural a casi 100 kilómetros de la capital donde puede dar rienda suelta a su otra gran afición: la lectura.
Merkel ha presidido el G8 y también fue presidenta del Consejo Europeo, siendo la segunda mujer en la historia en desempeñar ambos cargos, solo precedida en dicho mérito por la ex-primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher.