Wilberforce nació el 24 de agosto de 1759 dentro de una próspera familia de comerciantes de Yorkshire. Su padre murió antes de que Wilberforce cumpliera nueve años, asegurando la independencia financiera del chico. A la edad de diecisiete se inscribió en la Universidad de Cambridge, en donde fue bien aceptado por sus compañeros debido a su naturaleza cálida y divertida. De hecho, prefería socializar y jugar cartas que asistir a clases.
Sin ningún interés en el negocio familiar, Wilberforce decidió hacer carrera en la política. Pasó el invierno de 1779-1780 en Londres, disfrutando de la vida social y observando los debates de la tribuna de la Cámara de los Comunes. Otro joven también pasó su tiempo ese verano en la tribuna, el futuro primer ministro William Pitt. Entonces se entabló una gran amistad. Ambos llegaron a ser miembros de la Cámara de los Comunes y confiaron y se apoyaron mutuamente a lo largo de su carrera.
En 1784 Wilberforce hizo campaña audazmente para el mayor distrito electoral en Inglaterra y ganó. Aunque era de baja estatura y complexión débil, hablaba con una habilidad, calidez y pasión que fácilmente se ganaba a la gente.
El invierno siguiente Wilberforce llevó a su madre y a su hermana a un viaje que transformó su vida y su política. Un antiguo conocido se les unió y durante todo el viaje estuvieron hablando, entre otras cosas, del Nuevo Testamento en griego. Durante los meses siguientes Wilberforce reflexionó sobre su vida y sus excesos, y comenzó a lamentar su banalidad, su indulgencia y su falta de rumbo político. Se sentía obligado a cambiar, pero luchaba contra esa decisión.
Wilberforce recuperó rápidamente el tiempo perdido, tanto a nivel político como personal. Comenzó su primera reforma humanitaria mientras que continuaba brindando su apoyo a la reforma parlamentaria. En una rigurosa rutina de introspección, escribía sus metas y al final de cada día evaluaba sus motivos, sus palabras y sus acciones. Redujo las rentas de sus inquilinos, elaboró listas de quienes necesitaban de oraciones, estudió su Biblia y ayunó.
Fue durante este tiempo que se le pidió llevar el tema de la trata de esclavos ante el parlamento. Un grupo cada vez mayor de personas había estado trabajando para concientizar a la gente de estas injusticias, pero se dieron cuenta de que, a fin de poder terminar con tan importante asunto económico, el parlamento debía prohibirlo. Wilberforce revisó meticulosamente la información que le presentaron y después condujo su propia investigación.
Sin embargo, parecía que ni el deseo político ni el popular eran suficientes para erradicar por completo la esclavitud, así que Wilberforce inició una campaña únicamente contra la trata de esclavos pensando que así sería más fácil lograrlo.
Wilberforce reunió estadísticas, pruebas de maltrato e índices de mortandad, pero cuando llegó el momento de llevar el tema al parlamento, se enfermó. Pidió ayuda a Pitt y, en mayo de 1788, este último logró que la Cámara investigara la trata de esclavos.
En mayo de 1793 Wilberforce presentó el Proyecto de Ley sobre Esclavos Extranjeros para prohibir que las embarcaciones británicas transportaran esclavos, pero la Cámara lo rechazó.
El movimiento contra la esclavitud repuntó en 1804 y al año siguiente tuvo éxito su proyecto de ley para la abolición de la trata de esclavos en los países conquistados. Aprovechando este nuevo impulso, Wilberforce escribió “Una Carta sobre la Abolición de la Trata de Esclavos dirigida a los Terratenientes de Yorkshire” y el 23 de febrero de 1807 la Cámara votó abrumadoramente a favor. Rodaban lágrimas por el rostro de Wilberforce mientras escuchaba el resultado final y el parlamento le condecoró por sus esfuerzos.
En marzo de 1823 se presentó ante el parlamento con una petición para abolir la esclavitud. Su deteriorada salud evitó que participara en todos los debates parlamentarios que subsiguieron, pero otros continuaron con su causa. En junio de 1824 Wilberforce dio un breve discurso pidiendo a la Cámara que no dependiera de los gobiernos de las colonias para terminar con la esclavitud. Para febrero de 1825, después de muchas peticiones de su médico, Wilberforce se retiró del gobierno, aunque continúo apoyando el movimiento tanto como pudo.
El 26 de julio de 1833 la ley de abolición de la esclavitud se debatió por tercera ocasión en la Cámara de los Comunes. Wilberforce falleció tres días después, pero para entonces ya estaba asegurada la aprobación por la Cámara de los Lores. Fue enterrado en la Abadía de Westminster a petición de ambas Cámaras y del Parlamento. La esclavitud se abolió en todo el Imperio Británico al siguiente año.
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«Existe un principio por encima de todo lo que sea política. Cuando reflexiono sobre el mandamiento que ordena “No matarás” y al creer que dicho mandamiento procede de una autoridad divina, ¿cómo puedo atreverme a anteponer a esto cualquier tipo de razonamiento? Señores, cuando pensamos en la eternidad y en las consecuencias a futuro de toda conducta humana, ¿qué puede haber en esta vida que provoque que cualquier persona contradiga los principios de su propia conciencia, los principios de justicia, las leyes de la religión y de Dios?»
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Wilberforce dedicaba su tiempo a muchas otras causas sociales, como la educación de los pobres, la reforma penal y el pago de las deudas de quienes eran presos a causa de ellas. Pero, en sus propias palabras, «el gran propósito» de su existencia parlamentaria seguía siendo la abolición de la trata de esclavos.
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Wilberforce se enfocó en lo que denominaba «la reforma de las costumbres». Al estudiar la raíz de los problemas sociales llegó a la conclusión de que si se reformaran los principios morales del país entonces disminuirían la delincuencia, la pobreza y otros problemas.
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La trata de esclavos no fue abolida oficialmente en todo el Imperio Británico; aun así, pensaba que el clima no era todavía el adecuado para la emancipación total, pues Wilberforce creía que los esclavos debían prepararse para la libertad.
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Wilberforce comenzó a ejercer presión para la liberación de todos los esclavos en 1821 y en 1823, junto con otras personas, formó la Sociedad contra la Esclavitud.
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William al descubrir la evidencia del trato inhumano y al alto índice de mortandad en los viajes marítimos de los esclavos, se convenció de que la esclavitud estaba mal y concluyó: «No descansaré hasta que haya logrado esta abolición».