Por ahí dicen que los treintas son los nuevos veintes, y que ante la crisis existencial a causa de la edad el ser humano suele convertirse en aquello que ahora llaman: “chavorruco”. Si, aquel treintón que sigue divirtiéndose como en la universidad y que no busca ningún compromiso más que consigo mismo.

Así es el protagonista de la ópera prima del director francés Emmanuel Gillibert, la comedia “1, 2,3 … a la cama”, cinta la cual nos cuenta la vida de Antoine (Arnaud Ducret), quién tras ser abandonado por su roomie, una nueva inquilina llega a su departamento, pero para su mala fortuna, ella tiene dos hijos que voltearán su cómoda vida de cabeza.

Ante esta inesperada llegada, este party boy tendrá que lidiar con nuevas responsabilidades, pero sobretodo, tendrá que dar un paso hacia algo que no había conocido antes: el compromiso.

Basada en una experiencia personal y en él mismo, lo que sabe hacer bien Gillibert es definir sin problema a sus personajes, tanto a Antoine como a su nueva compañera de departamento, Jeanne (Mario Thiéry).

Con un humor entre lo escatológico y de pastelazo, la historia nos va llevando sobre situaciones que van entre lo absurdo y lo experiencial, pero de un ritmo algo irregular, y con remates cómicos bastante abruptos que no dejan respirar al espectador para procesar el objetivo de los mismos.

Sin embargo, algo que hay que reconocer es como Ducret lleva bien el peso de la película pese a los clichés y fallas narrativas que carga la película, siendo uno de ellos sus diálogos, mismos donde solo sirven al protagonista para lucirse, mientras que los coprotagonistas y los personajes secundarios nunca se sienten realmente relevantes.

Cabe destacar el trabajo de producción, los entornos parisinos donde se desarrolla, y los elementos que conforman la puesta en escena de esta comedia están bien colocados, y visualmente la hacen una cinta agradable de ver.

Lamentablemente la cinta resulta demasiado predecible, a la mitad del segundo acto, los chistes se sienten desgastados y poco originales, y lo peor, que ante el esfuerzo de mantener una comedia metralleta que te tira chistes por todos lados, se desgasta rápidamente.

Me atrevo a catalogarla como una película para ver en un viaje en autobús, y es que no es que sea mala pero también le termina faltando corazón y muchos de los personajes se sienten poco empáticos al lado del protagonista de la cinta.

Pese a sus fallas, y si te gustan las comedias románticas, esta puede ser una gran opción para que veas este fin de semana.